Volver a los teatros hace presente el acorde de la existencia, donde todo es visible, audible, tangible.

Volvemos progresivamente a las salas de concierto, y aunque ha sido un regreso lento y prolongado, se trata de un periodo de dos años de espera y aprendizaje, que para algunos ha sido un instante, y para otros una eternidad. De alguna u otra manera ha sido ambos. Un lapso en el que todos los actores que hacemos posible la música clásica, hemos aprendido a reinventar nuestro oficio. Los artistas vuelven a presentarse ante sus públicos; sin embargo, en este reencuentro paulatino, intérpretes y auditorio se reconocen distintos. Son otros sin dejar de ser los mismos. Su percepción ha cambiado; ambos han vislumbrado nuevos valores en el arte, entre ellos, las cualidades curativas que tiene para el alma, y los atributos que hacen del arte alimento espiritual que sostiene al ser humano y lo impulsa a ir más allá de sus límites.

Tanto el público como los artistas apenas recordábamos la vibrante sensación de un tutti orquestal en vivo, o el milagro del aplauso en sincronía, esa ceremonia armónica de las manos que reconoce y celebra a los artistas. Ese aplauso es efectivamente la música que concluye el concierto, y que sutilmente transfigura al público en el último intérprete. Es el acuerdo que hace sentir conformes a las dos partes. No hay tecnología que logre capturar la emoción del fenómeno de estar cara a cara. Puede lograrse un registro que retrate la experiencia, como un catálogo retrata una obra plástica, pero el mapa no es el territorio. La completud de la música clásica sólo puede ser apreciada in situ, nació para ser presenciada, condición que la diferencia de la música originada en los estudios de grabación.

La orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes (OSSLA), a la cual tengo oportunidad de dirigir artísticamente, regresa con toda formalidad a sus actividades presenciales el próximo jueves 3 de marzo, en una temporada de conciertos que destaca las sinfonías de Beethoven, e incluye obras de Haydn, Liszt, Debussy, Salieri, Castelnuovo-Tedesco, Joaquín Rodrigo, Respighi, Borodin, Turina, Gutiérrez Heras, Kalinnikov, Grieg, Delius, Mendelssohn, Elgar, Järvleep, Puccini, Bottesini, Donizetti, Rachmaninov y Lutosławski.

La vuelta a la normalidad que conocimos es fundamentalmente imposible, hoy sin embargo, la música como el río de Heráclito no se detiene, fluye con más fuerza y permanece. Así como la peste negra del siglo XIV precipitó el final del medioevo, la reciente crisis sanitaria deja atrás una era. Cimbró nuestra vida cotidiana, y marcó la línea divisoria entre lo que ya distinguimos como un antes y un después.

Volver a las salas de concierto y a los teatros hace presente el acorde de la existencia, donde todo es visible, audible, tangible. Lo «ausencial» se vuelve de nuevo «presencial» y restituye el sentido de la vida artística. El arte no regresa solo ni en la misma forma, viene acompañado de una conciencia renovada y una actitud anhelante de parte de todos los que participamos de él. Quienes lo producimos, y quienes lo disfrutan desde su butaca, somos testigos de la transformación en el hacer y el apreciar las formas artísticas. El mundo se ha transformado, y el arte es medida y es mirada de nuestros cambios.

 

—De música se habla sin bemoles—