Conoce la historia mexicana de uno de los más grandes violinistas del mundo, fallecido un 3 de marzo, y quien dejó su corazón en México, el país que le diera refugio.
Dentro de la gran tradición diplomática que México ha construido por casi un siglo, miles de exiliados han sido recibidos, entre ellos, personalidades que han dejado una importante marca en la historia, como es el caso del violinista Henryk Szeryng, nacido en un suburbio de Varsovia en 1918, justamente en la misma población donde, 108 años antes, había nacido Federico Chopin.
Szeryng visitó México en calidad de intérprete traductor, acompañando al General Sikorski, Primer Ministro de Polonia, quien se encontraba en el exilio en Gran Bretaña. Pisó suelo mexicano por primera vez en diciembre de 1942, ya en dominio del idioma español. El objetivo de la comitiva de la cual formaba parte, fue entrevistarse con el presidente Manuel Ávila Camacho, con el fin de encontrar refugio para millares de judíos, a los cuales la Segunda Guerra Mundial forzó a dejar su país. Szeryng calificó este episodio, que consistió en cinco días de pláticas, como “la traducción, la interpretación más difícil de mi vida, porque se trataba de cuatro mil vidas humanas”. Al año siguiente, 1453 refugiados fueron recibidos en la Hacienda de Santa Rosa, en León, Guanajuato. Se cuenta que se refería a esta nueva comunidad como “la Pequeña Polonia”, o tiempo después, como “los niños de Santa Rosa”. Habían llegado en dos barcos, uno, el primero de julio, otro el dos de noviembre. Valentina Grycuk, una de las niñas inmigrantes que llegó entonces a México, recordó a los 83 años de edad, en entrevista para BBC Mundo: “Fue maravilloso. En la estación había muchísima gente con flores, dulces para los niños, música y mariachis. Fue muy cálido, como son los mexicanos, muy cálidos”.
Ante el hospitalario gesto de México hacia sus compatriotas, Szeryng hizo patente su agradecimiento por el resto de su vida. Desde entonces visitó intermitentemente el país, se estableció al norte de la capital y comenzó una entusiasmada labor concertística, de enseñanza, y de colaboración con los más grandes compositores mexicanos.
A su llegada, inició con el estudio del Concierto para violín de Manuel M. Ponce, el cual estrenó dentro de la XVI temporada de la Orquesta Sinfónica de México, la noche del viernes 27 de agosto de 1943, bajo la dirección de Carlos Chávez en el Palacio de Bellas Artes. Una segunda interpretación tomó lugar el domingo siguiente, en los conciertos de las once de la mañana. El programa se completó por otros dos estrenos en México, el Concerto Grosso de Geminiani, y la cuarta sinfonía de Glazunov, además el poema sinfónico “Les Préludes” de Liszt. Por cierto, en la sección de percusiones se encontraba José Pablo Moncayo, quien además se encargaba de interpretar las partes de piano y celesta en la Orquesta. Ya entonces, Szeryng impartía clases maestras en la entonces Escuela Nacional de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), al menos un par de veces al año. Había sido nombrado director del departamento de cuerdas. En 1946, acabada la Segunda Guerra Mundial, obtuvo la nacionalidad mexicana y en 1956, el Gobierno de México lo nombró “Embajador Cultural Itinerante de buena voluntad”, convirtiéndose en el primer artista nacional con pasaporte diplomático.
Durante este periodo se mantuvo cerca de Julián Carrillo, a quien visitaba en su casa de San Ángel, al sur de la ciudad, en el Callejón del Santísimo. Años más tarde de la muerte del inventor del Sonido 13, vivió justo enfrente de aquella casa, en el número 18, una casa que se prolongaba hasta la calle Reforma, al otro lado de la cuadra. Su hija Dolores, “Lolita” Carrillo, apoyó al maestro Szeryng hasta el final de su vida; coordinaba muchas de sus actividades en el país, como por ejemplo, los “cursos superiores de violín” llevados a cabo en el Conservatorio Nacional de Música durante los veranos de la década de los sesenta y principios de los setenta. Algunos de los asistentes fueron los maestros Carlos Esteva, Miguel Bernal, Payambé Reyes, Manuel Suárez, Rafael Cuervo, Víctor Manuel Cortés, Carlos Marrufo, Enrique Espin Yepes, Luz Vernova, Bárbara Klessa, Luis Sosa Huerta, Benjamín Valdez, María Teresa Nuño, Velia Hernández, Consuelo Bolívar, Tomás Marín, Fortino Velázquez, Ernesto Tarragó, Enrique y Pablo Diemecke, e incluso los pianistas Alfonso de Elías, Erika Kubacek, José Suarez, Nadia Stankovich y Luz María Puente de Osorio.
Lolita Carrillo recibía también la correspondencia de Szeryng en México. El maestro Rafael Tovar y de Teresa le envió varios recortes de prensa de 1980 y 1981 desde su oficina en la Secretaría de Relaciones Exteriores, los cuales reportaban el éxito de Szeryng en el extranjero. Lo mismo sucedía con otros remitentes, quienes enviaban desde diversos países, como Alemania, Japón, la Unión Soviética entre otros, informes y noticias de logros similares del Embajador cultural de México.
En 1954, conoció en la Ciudad de México a su connacional, el gran pianista Arthur Rubinstein, quien se encontraba en el país para presentarse en el Palacio de Bellas Artes. Al término del concierto, el joven Szeryng se acercó a felicitar a Rubinstein y le habló en polaco. Rubinstein, extrañado, preguntó qué hacía tan lejos de casa. Como el mismo Szeryng lo narró en entrevista varios años después, su respuesta a Rubinstein fue: “Soy mexicano pero nací en Polonia… tengo el privilegio de enseñar en la Escuela Nacional de Música”. A la mañana siguiente, ambos maestros se reunieron en donde se hospedaba el pianista, un hotel frente a la Alameda del Centro Histórico. Szeryng comenzó por hacerse escuchar al violín con la Chacona de Bach, después de lo cual, Rubinstein se sentó al piano, y lo invitó a interpretar juntos, de inicio a fin, la tercera sonata de Brahms, opus 108, en Re menor. En aquel encuentro, Rubinstein, conmovido, instó al joven Szeryng a reducir su actividad docente y a presentarse con más frecuencia en el extranjero, así como a realizar grabaciones internacionales, lo que cumplió a cabalidad, convirtiéndose en uno de los violinistas con mayor número de registros fonográficos. Grabó cerca de 170 obras, y realizó unas 250 grabaciones a lo largo de cuatro décadas, lo cual le valió un par de premios Grammy, seis veces el Grand Prix du disc, un par de veces el premio Edison, y el premio de la Sociedad Mozart de Viena, el Wiener Flötenhur, por su grabación de 1971, de la obra integral de conciertos del genio de Salzburgo.
Otra de las importantes aportaciones que hizo a la música mexicana consistió en la primera interpretación del Concierto para violín de Carlos Chávez en Nueva York, bajo la dirección de Leonard Bernstein, en 1965. —Como indica David Brodbeck, al narrar la historia de esta obra (“La música y el mercado”, Carlos Chávez y su mundo, El Colegio Nacional, 2018): el concierto había sido estrenado trece años antes por Viviane Bertolami al violín, a quien fue dedicado, y el mismo Chávez, con la orquesta de Long Beach, California—. Szeryng grabó el concierto de Chávez en agosto de 1966 con la Orquesta Sinfónica de México y Carlos Chávez a la batuta bajo el sello CBS Records, dentro del marco del “Szeryng Festival”, el cual conmemoraba el décimo aniversario del virtuoso como Embajador Cultural de México, y su vigésimo aniversario como ciudadano mexicano.
En su niñez, Szeryng dejó su natal Polonia, y se trasladó a Berlín con sólo siete años de edad, para estudiar con Maurice Frenkel (1925-1927), con Willi Hess (1928-1930) y con Carl Flesh (1930-1933). En 1933, sus padres lo llevaron a París para estudiar composición con Nadia Boulanger, al tiempo que seguía estudios extramusicales en humanidades, a las cuales llegó a considerar como profesión. Ya en la capital francesa, prosiguió sus estudios de violín con Jacques Thibaud (1935-1936), y finalmente con Gabriel Bouillon (1936- 1937), en el legendario Conservatorio de la Ciudad Luz, del cual se graduó a los diecinueve años de edad. Es entonces cuando recibió como obsequio de sus padres su primer gran violín, de nombre “Santa Teresa”, construido por Andrea Guarnerius en 1683, mismo que, años después, en 1974, donaría a México. Lo entregó en mano al presidente Luis Echeverría, y al otrora concertino de la Orquesta Sinfónica Nacional, el maestro Héctor Olvera Curiel. El violín, se dice, había pertenecido al compositor Giuseppe Tartini (1692-1770), y posteriormente a Camille Sivori (1915-1894), alumno de Paganini.
Para el momento en que Szeryng donó este instrumento al Estado Mexicano, había trabajado por más de treinta años en favor de la música de México. En enero de 1974, se llevó a cabo la ceremonia de entrega, en la que pronunció las siguiente palabras:
“que esta entrega sirva de estímulo e inspiración a todos [los jóvenes violinistas] a superarse cada vez más, ya que una de las metas de mi vida, es mi labor ininterrumpida por elevar el violinismo en México… «
Al maestro Olvera, entonces concertino de la Sinfónica Nacional, y encargado de resguardar el violín, le sucedieron los maestros Manuel Suárez, Luis Samuel Saloma y, actualmente, Shari Mason. De modo similar, Szeryng había donado un par de años antes su violín Stradivarius 1734 “Hercule” a la Ciudad de Jerusalén, y once años después, su violín Jean-Baptiste Vuillaume 1861 al Príncipe Rainier II de Mónaco.
En agosto de 1984, en entrevista radiofónica para el programa “Retrato Hablado” de radioUNAM, Szeryng expresó de viva voz:
“obsequié a varios de mis discípulos, entre ellos, a Héctor Olvera… un violín francés de gran belleza… también obsequié un magnífico Guadagnini al joven violinista Shlomo Mintz, pero el violín más hermoso lo di a México… en las estipulaciones, autoriza a los primeros concertinos de la Sinfónica Nacional a utilizarlo, y si fuera necesario, también a los concertinos de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, y en caso extraordinario, a cualquier joven y altamente talentoso violinista mexicano”
También comentó:
“Yo creo que si soy tan buen mexicano, es precisamente porque no olvido la patria chica. Siete años de vida son muchos años, los años de formación. Y yo creo que por el hecho de no haber olvidado la cultura y la civilización de Polonia, soy capaz de defender mejor, con más fuerza, con más convicción la cultura de México».
Otros compositores mexicanos, cuya música fue impulsada por Henryk Szeryng, fueron Blas Galindo, José Pablo Moncayo, Silvestre Revueltas, José Sabre Marroquín, José Rolón, Raul Lavista, Carlos Jimenez Mabarak, Manuel Enríquez, e incluso Agustín Lara.
En 1987, Szeryng grabó otro concierto mexicano de violín. Se trató del concierto de Rodolfo Halffter, bajo la dirección de Enrique Batiz y la Orquesta Real de Londres.
Tras la muerte de Szeryng, y por iniciativa de la Orquesta Sinfónica del Estado de México y de su titular Enrique Batiz, se creó en septiembre de 1992 el “Concurso Internacional de violín Henryk Szeryng”. El primer premio fue compartido entre el violinista mexicano Adrián Justus (Ciudad de México, 1970), y la violinista polaco-mexicana Erika Dobosiewicz (Varsovia, 1967), quien a la fecha se desempeña como concertino de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México. Otras ediciones del concurso se llevaron a cabo en 1994, 1997, 2000, 2003, 2008 y 2013. Entre los galardonados se encuentran los maestros Lee Chin Siow, Isabella Lippi, Natasha Korsakova, Dimiter Ivanov, Patricia Kopatchinskaja, Leticia Muñoz, Dalia Kuznecovaite, Antal Szalai y Maria Azova.
Entre los datos curiosos que se le atribuyen a Szeryng, se dice que nació bajo el apellido “Serek”, el cual, traducido del polaco, equivale al diminutivo para “queso”. Su padre debió cambiar el apellido ante la necesidad de acuñar un nombre artístico para el prometedor Henryk, o quizá sólo se trataba de un sobrenombre.
Su vida está marcada alrededor de su obra predilecta, el Concierto para violín de Johannes Brahms, el cual grabó en tres ocasiones. Fue el primer Concierto que tocó al debutar en Varsovia a los catorce años de edad, en 1933, y también el último, el cual interpretó 55 años más tarde en Kessel, Alemania, tras lo cual falleció a causa de un derrame cerebral un par de días después.
Una década antes, en una entrevista que concedió al diario mexicano Excélsior, se le había preguntado «¿qué haría si le quedara un hora de vida?», a lo cual respondió: «Tocaría el Concierto de Brahms.»
—De música se habla sin bemoles—