El hombre está listo para la “era virtual” que el arte siempre le ha dado

Se puede ver en esa decadencia de los relatos un efecto del auge de técnicas y tecnologías a partir de la Segunda Guerra Mundial, que ha puesto el acento sobre los medios de la acción más que sobre sus fines

La condición posmoderna, Jean-François Lyotard

 

En la sociedad metamoderna el hombre presiente tener menos certezas que nunca. La incertidumbre lo abruma. La búsqueda del saber, en el sentido tradicional, no tiene más que ofrecerle. La duda metódica ha dejado de ser el mentor de quien investiga el silencio que lo rodea.

El hombre metamoderno se encuentra más allá del tiempo de los vaivénes ideológicos. No sólo sabe que no sabe, sino que lo resiente, y lo ha normalizado con resignación. Ante el impenetrable muro que tiene frente a sí mismo, el hombre metamoderno necesita encontrar una rendija, vive en una prisión informada y precisa un nuevo comienzo. Más que un capitán es un explorador. Avanza sin mapa, ni hoja de respuestas. Escucha todas las corazonadas sin poder validar ninguna. Después de todo, obtener certezas sería la manera anticuada de hacerse de verdades que lo conforten. Por ello, el hombre de nuestros días no se atreve a dudar sistemáticamente, pues significaría volver a los métodos ya superados. No es más el juez que da nombre a cada etapa de la historia. Más solitario que nunca, ha sido orillado a considerar todas las filosofías, idearios y convicciones, aunque siempre con reservas. Es escéptico, y teme reconocer que no creer es creer en algo más. Por ello ha aprendido a tolerar la confusión, dentro y fuera de sí mismo. Para él, la incertidumbre es natural. No discrimina información, abraza alternativas ideológicas y procura tolerarlas, aunque no las considere suyas. Sin mayor opción, se conduce por preferencias y condicionantes. Carga con el peso liviano de la espontaneidad. Bajo el precepto de supervivencia, el hombre metamoderno se adapta a los cambios con mayor flexibilidad que nunca.

Zygmunt Bauman había sugerido que la modernidad tiene una consistencia líquida. La metamodernidad es más bien evanescente. Su dinámica recuerda a la emanación de los vapores en estado gaseoso. Su rastro se nos escapa y es invisible.

El Dr. Tedros Adharnom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, declaró recientemente que el final de la pandemia está a la vista. Durante casi tres años nos privamos de lo “presencial”, y a través de la tecnología dimos espacio a lo que podríamos llamar “semi presencial”, que descubrimos como el nuevo canon: “no estar”, con la sensación de “estar”.

Como quiera que sea, la pandemia nos hizo sentir que iniciaría una nueva era. En medio de este clima, gigantes tecnológicos dieron los mayores pasos en su haber. El 21 de octubre de 2021, la compañía Facebook Inc. cambió su nombre comercial a “Meta”. ¿Era el momento propicio para anunciar lo impostergable? En este caso, el prefijo griego “meta” denota algo distinto. No apela al “más allá” en el tiempo, sino al “más allá” en el mundo material como lo conocemos. Refiere a la realidad no tangible, “virtual”, “aumentada”. El “metaverso” que Zuckenberg propone como presagio inevitable es un proyecto en construcción, y será más que una interface. Se trata de uno de los escenarios tecnológicos que contribuirá a convencer al ser humano que habita en otra época, aquella donde lo material y lo inmaterial coexisten, y donde lo intangible deja de tener un carácter fantasmagórico para formar parte del mundo ordinario.

Cabe mencionar que la “meta sociedad” ya existía. Sólo en los últimos años hablábamos de la metamemoria, la metacognición, la metaemoción, la metaprogramación y el metalenguaje. Es en este nuevo sentido que la sociedad metamoderna se consolidará como el punto de partida hacia algo que aún no conocemos.

Será necesario un nuevo apelativo para la época por venir. Los términos “ultramodernidad”, del poeta argentino Leopoldo Marechal (1900-1970), la “posmodernidad” de Jean-François Lyotard (1979), y la “hipermodernidad” de Gilles Lypovetzki, (2004), han dado todo lo que tenían de sí. Al cabo de cuatro siglos, la modernidad cartesiana vive su ocaso y no sobrevivirá mucho más.