El camino del hombre metamoderno es angosto, de allí su angustia
A poco más de tres décadas de la caída del muro de Berlín observamos que la historia, lejos de haber llegado a su final, continúa con vitalidad. Existen factores ideológicos, como las facetas extremas del islamismo, cuyo apogeo volvió a hacerse visible en décadas recientes, y el nacimiento y propagación de distintos nacionalismos, sombras del romanticismo alemán, todo lo cual nos hace pensar que la historia, lejos de terminar, presenta escenarios imprevistos. Además se encuentran los estados autocráticos y su avasalladora influencia económica, como es el caso de China, el único país asiático invulnerable a los tentáculos de la democracia occidental. La invasión de Rusia a Ucrania nos muestra, en palabras de Mauricio Meschoulam (2022), que “la guerra entre estados sí es posible, a pesar de que las condiciones en el siglo XXI parecían limitar las probabilidades de que ocurra.” Todo esto sugiere que el proceso histórico está lejos de ser clausurado, como lo sugirió Francis Fukuyama en su famoso artículo de 1989 “¿El fin de la historia?”. Considero que la veta romántica del texto contribuyó a su popularidad, pues hablar del final de la historia tiene en sí un carácter tan literario como hablar de la historia sin fin.
Una y otra vez, el hombre metamoderno ha vuelto a ser sorprendido, no importa el número de veces que haya desahuciado a la historia, a Dios, y al hombre mismo. Sus proyecciones, aún en el campo de la ciencia, de la cuales venía asido desde Copérnico, son desafiadas. Ante la decepción latente se ha refugiado en la condición de su estado interno. Le faltan modelos de inspiración, ejemplos virtuosos, algo que era especialmente necesario durante esta pandemia.
Históricamente, diversos confinamientos llevaron a grandes espíritus humanos a producir algunas de las mayores contribuciones que nuestra especie ha conocido: obras plásticas, literarias y musicales, descubrimientos científicos y agudas reflexiones teóricas. Todo fue producto del esfuerzo realizado durante situaciones limítrofes y sumamente limitantes, como pestes, hambrunas, guerras y cautiverios, lo que impulsó a personajes excepcionales a sobrellevar el encierro con resultados asombrosos. Como escribí al final del primer año de confinamiento: “En 2020 faltó la divulgación de ejemplos virtuosos, pero también en 2019 y en años anteriores. Especialmente ahora, que era lo más propicio, tampoco se habló de ellos, salvo valiosas excepciones. Hablo de dar a conocer hechos que nos muestren vías más inspiradoras y por tanto eficientes.”
El hombre metamoderno vive en medio del rumor, del ruido, de la falta de confianza en sus propias reflexiones y de la entrega casi a ciegas de opiniones “acreditadas”. En tanto que continúe su existencia entre el bullicio, y cúmulo de mensajes contradictorios, le será difícil formarse y crecer a la altura de las exigencias de la época. De manera paradójica tiene pocas opciones. Hoy su camino es angosto, palabra de la que nace el término “angustia”. Su sendero es estrecho y su dificultad para escuchar es grande. Nada nos impide pensar en él como un hombre agobiado que, aunque busca con apremio, no guarda mayor esperanza.