La felicidad es huidiza, cuando se quiere sujetar la perdemos.
Como apuntó el filósofo suizo Denis de Rougemont (1906-1985), en su libro “El Amor y Occidente” (1939): “la felicidad es una Eurídice: la perdemos cuando queremos asirla”. Para él, “toda felicidad que se quiere sentir, que se quiere tener a merced de uno… se transforma instantáneamente en una ausencia insoportable.”
¿Puede el amor ser considerado auténtico, aun sin ser retribuido? Rougemont afirma que en toda la literatura occidental, el amor que no es recíproco no es tomado por verdadero, es decir, el amor feliz no tiene historia. Este es un punto digno de reflexión.
En el siglo XII aparece la versión escrita del mito de Tristán e Isolda, relato que, al igual que “Píramo y Tisbe”, rescatada por Ovidio en su “Metamorfosis” (4 d. C), culmina en la muerte de los dos amantes. Tristán ha sido anticipado por Píramo al menos mil años. Siete siglos después, Richard Wagner (1813-1883) rescató el mito de Tristán en su ópera homónima de 1859. En el famoso relato, el joven Tristán deberá ganar a Isolda la rubia en batalla, llevarla desde Irlanda a Cornualles para presentarla a su tío, el rey Marc, y así convertirla en su reina. En el trayecto, Tristán e Isolda, por error, beben del filtro mágico, un hechizo que la madre de la prometida ha preparado con el objetivo de hacer del futuro matrimonio real un asunto dichoso. En el instante en el que los jóvenes sorben, ya no hay posibilidad de retorno; el brebaje los ha arrojado a las arenas movedizas de la pasión.
Rougemont examina la historia de Tristán y apunta que: “No es pues casual que el mito de Tristán y el de Don Juan no hayan podido obtener su expresión completa más que en la forma de la ópera… Únicamente la música puede hablar claramente de la tragedia cuya madre e hija es.” Así, el Tristán alcanza tres dimensiones expresivas, la del verso, la de la prosa, y apenas en el siglo XIX, la nueva dimensión que le ha sido otorgada por el género operístico. Para Rougemont “la orquesta describe ampliamente las dimensiones de una tragedia de orden muy interno. La inquietante morbidez de las melodías revela un mundo donde el deseo carnal no es sino una íntima e impura languidez en que el alma se cura de vivir.”
El doctor español José Ramón Trujillo, en su artículo de 2019, Tristán y el amor salvaje, observa que “La fuerza y novedad de su mito han nutrido, desde su mismo origen y durante siglos, todas las manifestaciones artísticas, incluidos los videojuegos, atraídas por representar el tema del fatal amour à mort”. Rougemont, por su parte, pregunta: “¿Por qué quiere este amor cuya magnificencia no puede ser más que su suicidio?” Y afirma que “el tercer acto del drama de Wagner describe algo más que una catástrofe novelesca… este gusto reprimido de la muerte”.
A diferencia de otras parejas célebres de la literatura occidental —Píramo y Tisbe, Romeo y Julieta—, Tristán e Isolda no pueden decidir por sí mismos. Su capacidad de juicio ha sido limitada por una pócima, circunstancia externa que los ha apresado. Desde este momento, toda discusión moral sobre las decisiones de la pareja pierde sentido. A diferencia de los otros enamorados, la libertad de Tristán y de Isolda ha sido violentada. Juzgarlos con el rigor moral con el que se juzga a los seres de sano juicio es una equivocación. Es el caso del “Midsummer´s night dream”, de Shakespeare, donde un ungüento mágico es untado en los párpados de dos durmientes, quienes, por su efecto, entregarán su corazón a la primera persona que aparezca ante su vista cuando despierten.
El tema del amor parece no ser conjurado jamás por el arte, después de milenios, parece ser que la respuesta está contenida en la experiencia misma.
—De música se habla sin bemoles—