Nos hallamos a casi tres años del inicio de la pandemia, globalmente experimentamos episodios dramáticos, y en lo que va del año que está por terminar, los efectos de la falta de convivencia son menos devastadores. En los momentos críticos, la gente se vio obligada a vivir en el aislamiento, y en esta perspectiva la música probó ser cobijo y compañía como lo ha sido a lo largo de la historia.
A diferencia de años anteriores, 2022 fue más generoso para llevar a cabo actividades artísticas en todos los géneros que dependen de los espacios comunes para llevarse a cabo. Salas de cine, de teatro y de concierto volvieron a sentir el calor de sus respectivos públicos.
En 2022, la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes (OSSLA), la cual tengo el privilegio de dirigir, se presentó ante cerca de 35 mil espectadores en un total de doce sedes, ocho de ellas dentro de Culiacán, dos más en Mazatlán y en Los Mochis, y dos más fuera del estado de Sinaloa, como el Conjunto de Artes Escénicas de Guadalajara, Jalisco, al comenzar el año, y el nuevo Teatro Mariano Matamoros en Morelia, Michoacán, al clausurar el Festival Internacional de Música Miguel Bernal Jiménez en octubre pasado.
Asimismo tuve la oportunidad de comprobar el poder sanador de la música en otras latitudes, al ser invitado a dirigir en Brasil, ante la Orquesta Sinfónica del Teatro Nacional Claudio Santoro de Brasilia —país que visité por tercera ocasión—, con un programa desacostumbrado, compuesto por obras de seis compositores mexicanos vivos tales como Luis Portillo, Eduardo Gamboa, Arturo Márquez, Jorge Pastor, Marcela Rodríguez y Javier Álvarez, y en Guatemala, ante la Orquesta Sinfónica Nacional con una inolvidable gala de Zarzuela. Se trató de dos propuestas muy contrastantes en las que, sin embargo, pude percibir que el efecto conseguido en ambos públicos fue igualmente sanador.
En 2022, la OSSLA interpretó la música de más de cincuenta compositores, y dio a conocer obras de los creadores mexicanos Marcela Rodríguez y Samuel Murillo. La temporada anual de conciertos incluyó veintitrés programas distintos, distribuidos en treinta y cinco conciertos sinfónicos, además de otros diez conciertos de música de cámara, y un par de ensayos abiertos a estudiantes. El Teatro Pablo de Villavicencio, en la ciudad de Culiacán, recibió a miles de asistentes a lo largo del año. Otras sedes en la ciudad de Culiacán fueron, el auditorio del Instituto MIA, el Auditorio de la Autonomía Universitaria de la Universidad Autónoma de Occidente, el Museo de Arte de Sinaloa, la Biblioteca Gilberto Owen, el Parque las Riveras, el auditorio Lince de la Universidad Autónoma de Occidente, además del Parque Sinaloa en Los Mochis, y Olas Altas en Mazatlán. Solistas y directores invitados de México, España, y Cuba estuvieron presentes en una serie conciertos que abarcaron la música sinfónica y la ópera, la música de películas y lo mejor de la canción de Sinaloa y de México, como ocurrió en el concierto-homenaje a Luis Pérez Mesa, que inauguró el Festival Cultural Sinaloa “Lo nuestro”. Sin duda, fue un frenético año en el que destacaron los esfuerzos de autoridades, técnicos y administrativos del Instituto Sinaloense de Cultura y del Gobierno de Sinaloa. Uno de los principales ejes temáticos del año fue el ciclo Beethoven, que entre marzo y diciembre incluyó las primeras ocho sinfonías del genio de Bonn. El ciclo finalizará el próximo 20 y 22 de enero con la interpretación de la magna novena sinfonía, a la cual se unirán los coros de ópera de Sinaloa, y el coro de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Si bien el mundo cambia constantemente, los cambios que experimentamos en los últimos tres años nos mostraron que somos vulnerables, pero que esencialmente somos solidarios. La música fue uno de los faros que han iluminado nuestras almas durante esta obscura incertidumbre.