Como intérpretes, y en particular como director de orquesta, los músicos intentamos aproximarnos a la idea esencial que sostiene a la obra; sin embargo, existen compositores como Beethoven que nos impulsan a una aventura quizá romántica, pero que, para algunos de nosotros, es inevitable: buscar entender el alma del compositor, entrar, por decirlo metafóricamente, en su sangre y en su pulso, en el torrente creador que el compositor hace accesible mediante el sonido y el silencio, y que nos conmueve a todos.

La novena sinfonía de Beethoven es uno de los grandes ejemplos de la historia que motivan esta travesía. Como director, uno busca en todo momento ir tras la huella de lo que en la partitura es invisible. Considero que ese es el compromiso del artista, y del director de orquesta con el público, con los músicos que dirige y consigo mismo.

Esta noche la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes comienza el 2023 interpretando un programa notable, compuesto por dos de las más grandes obras de la literatura orquestal: “La Valse”, de Maurice Ravel (1875-1937), y la gran sinfonía no. 9, de Ludwig van Beethoven (1770-1827).

“La Valse” fue compuesta en 1919, y quiso rendir homenaje a Richard Strauss y a la tradición del vals vienés. En su versión orquestal, la obra se estrenó el 12 de diciembre de 1920, y fue dirigida por Camille Chevillard, e intepretada por la orquesta Lamoreaux. Ravel mismo definió la obra como “un torbellino fantástico y fatal”, después del impacto y la tristeza que produjo en Europa la Primera Guerra Mundial. Originalmente, Maurice Ravel habría querido que la obra fuese un ballet. En esa época, el empresario más influyente de las producciones coreográficas era Sergei Diaguilev (1872-1929), a quien acudió el compositor. Diaguilev desdeñó el trabajo diciendo que la música era una obra maestra, “pero no es un ballet; es la pintura de un ballet”. El regreso a la vida pública después de la pandemia nos recuerda el contexto que vivió Ravel en 1919, cuando la “Gripa española” estaba en la cresta del daño que produciría.

La novena sinfonía de Beethoven fue estrenada en Viena el 7 de mayo de 1824. Para entonces Beethoven estaba prácticamente sordo. El hecho de que Beethoven haya podido dirigir la obra en tales condiciones es todavía motivo de asombro. La complejidad de la obra, tanto en su arquitectura y lenguaje, como en el reto de ensamblar a por lo menos un centenar de intérpretes, exigen de parte del director no sólo la comprensión de la obra, sino de habilidades técnicas que demandan un estado completo de los sentidos.

La última sinfonía de Beethoven incorpora por primera vez la voz humana en una sinfonía, para lo cual se incluye a cuatro solistas (soprano, mezzosoprano, tenor y bajo), además de un coro, todos los cuales aparecen hasta el cuarto y último movimiento de la obra. Solistas y coro alternan al cantar un popular texto alemán, la “Oda a la alegría” (“An die Freude”), de Friedrich von Schiller (1759-1805), escrito en noviembre de 1785, texto que Beethoven conoció desde su juventud.

El género de la Oda nace en Grecia, se trata de un texto laudatorio medido en verso e interpretado por un coro. Inspirado en esta tradición, el romanticismo alemán del siglo XIX incorpora a la gran poesía un métrica más accesible, a partir de la cual, los poetas de aquella época crean una nueva forma de la Oda. De tal modo, Schiller enaltece a la alegría en ocho estrofas, las cuales fueron musicalizadas por Beethoven, y, generalmente, expuestas por las voces solistas, y repetidas parcialmente por el coro a modo de confirmación.

 

Para el concierto de esta noche, que será repetido el próximo domingo 22, a las 12:30 hrs, se unen a la OSSLA, el Coro de Ópera de Sinaloa, dirigido por Marco Rodríguez, el Coro de la Universidad Autónoma de Sinaloa, dirigido por Perla Orrantia.

Los solistas serán, cada uno, miembros de distintos talleres o estudios de ópera del país. Se trata de la soprano Jessica Torrero, del taller de Ópera de Sinaloa (TAOS), taller que trabaja en Culiacán y es dirigido por José Manuel Chú; de la mezzosoprano Cecilia Ortiz, de la compañía de ópera de Saltillo, que dirige Alejandro Reyes; del tenor Jorge Alain Echegaray, del Ópera Estudio de Bellas Artes (OEBA), dirigido por Raúl Falcó; y del bajo-barítono Juan Carlos Villalobos, del Ópera Estudio del Noroeste (OPEN), dirigido desde Los Mochis, Sinaloa, por Armando Piña.