La “Eneida», obra capital de Virgilio, encargada por el emperador Augusto, es la más importante y extensa del mundo literario latino. La “Eneida» canta los viajes del héroe Eneas en su misión de fundar Roma. Se divide en doce partes o libros, y contiene más de diez mil versos en hexámetros dactílicos. Los primeros seis libros aluden a la “Odisea” de Homero, y el resto a la “Ilíada”.
El cuarto libro incluye uno de los momentos más sublimes de la literatura de todos los tiempos: Dido, reina de Cartago y enamorada del troyano Eneas, se suicida al sentirse abandonada tras la partida de su amado, que la deja para cumplir un bien mayor, aquel de fundar la Ciudad Eterna. Este tormentoso pasaje literario, escrito en el siglo I de nuestra era, inspiraría la creación de un gran número de óperas. Es el caso de “Didone”, estrenada en Venecia en 1641, de Francesco Cavalli (1601-1676), y de “Dido and Eneas” (1689), la primera ópera del compositor inglés Henry Purcell (Londres, 1659–ídem. 1695), pero además una de la óperas más representativas del período Barroco, que resultó ser la ópera fundacional en la historia de la lírica inglesa.
Es asombroso caer en la cuenta de la cantidad de óperas inspiradas en la desdicha de la reina Dido, ese episodio que desvela los aspectos más recónditos del alma herida por abandono. Tan sólo en el siglo XVIII y parte del XIX, cerca de un centenar de óperas fueron escritas en torno de este tema y prácticamente bajo el mismo título: “Didone abbandonata”. Desde la contribución de Albinoni (estrenada en 1724), hasta la de Reissiger (estrenada en 1824), pasando por la ópera pasticcio de Haendel (estrenada en 1737), con música original de Leonardo Vinci. Otros compositores que se ocuparon del tema son Alessandro Scarlatti, Nicola Porpora, Giovanni Andrea Fioroni, Giovanni Paisiello y un largo etcétera.
Más tarde, entre 1856 y 1858, Berlioz compondría “Les Troyens à Carthage”. Escribió no sólo la música, sino también el libreto, con base en los libros primero, segundo y, naturalmente, cuarto de la “Eneida».
En el siglo XX, la poética virgiliana no ha sido abandonada por los cineastas italianos Giorgo Venturini, con “La leggenda di Enea”, de 1962; e incluso la miniserie de Franco Rossi, “La Eneida”, de 1971.
Virgilio muere en Brindisi, en el año 19 antes de nuestra era, a los cincuenta años de edad. Dejó en manos de Horacio la literatura latina. Horacio, por su parte, falleció casi una década más tarde, habiendo edificado también una obra portentosa, de la que él mismo afirma:
“He levantado un monumento más duradero que el bronce, ni la lluvia voraz, ni el amenguado Aquilón, puedan derruir, ni la incontable sucesión de los años, o la huida del tiempo. No moriré del todo. Y una gran parte de mí eludirá a la muerte.” (Odas, III, 30)
Para este momento, ya había surgido un tercer poeta mayor: Ovidio, quien contaba con treinta y cinco años de edad al momento de la muerte de Horacio. Su “Arte de Amar”, y, sobretodo, sus “Metamorfosis” aseguraron su inmortalidad o, acaso, que muriera sin morir del todo. Ovidio terminó en el destierro que le impusiera el emperador Augusto por razones que hasta hoy desconocemos. Hacia el final de su vida, relegado en la lejanía del exilio, desde la ciudad de Tomis, hoy Constanza, en Rumania, rindió homenaje a Horacio con una paráfrasis a la cita referida:
«He levantado una obra que ni la ira de Júpiter ni el fuego, ni el hierro ni la voraz decrepitud, alcanzarán a destruir…» (Tristes, IV)
—De música se habla sin bemoles—