Para los antiguos, la música fue parte integral de la educación. Hoy, las neurociencias brindan nueva evidencia acerca del porqué. Urge revisar el carácter ornamental de la música en los planes actuales de estudio.
Hablar de teoría musical antigua ha resultado un ejercicio de especulación e imaginería. Intentar aproximarse a un fenómeno sonoro del que no se tiene registro acústico, ha constituido para filósofos, historiadores, musicólogos e intérpretes, un esfuerzo esmerado de reconstrucción de un templo del que apenas vislumbramos soportes y columnas. Hoy pensamos la música antigua con base en evidencias físicas, imágenes presentes en obras de arte y descripciones escritas. A partir de estas abstracciones intentamos “escuchar” lo que probablemente fue. Al respecto, algunos textos de Platón y de Aristóteles constituyen las referencias por antonomasia. Los modos musicales griegos, ese sistema de escaleras (o escalas) de notas musicales, son representados por escrito de modo descendente, aludiendo a la manera en que los sonidos bajan de los dioses a los hombres. Actualmente, hemos reconstruido aquel sistema, y aunque a nivel teórico puede ser descrito con facilidad, conocemos vagamente la forma en que se llevó a la práctica.
Aristóteles reconoce en su Política que la música tiene un efecto sobre la conducta de las personas, que ejerce una influencia en su comportamiento y, por tanto, debe ser considerada en la educación. Comienza con un recuento de las materias que constituyen la enseñanza regular:
Son cuatro las que suelen enseñarse: la lectura y escritura, la gimnasia, la música, y en cuarto lugar, algunas veces, el dibujo. La lectura y escritura y el dibujo por ser útiles para la vida y de muchas aplicaciones; la gimnasia porque contribuye a desarrollar la hombría; en cuanto a la música podría planearse una dificultad. Actualmente, en efecto, la mayoría la cultiva por placer, pero los que en un principio la incluyeron en la educación lo hicieron, como muchas veces se ha dicho, porque la misma naturaleza busca no sólo el trabajar correctamente, sino también el poder servirse noblemente del ocio, ya que, por repetirlo, una vez más, éste es el principio de todas las cosas. (Aristóteles, Política,1337b23-34).
Aristóteles encuentra en cada disciplina una función concreta, excepto en el caso de la música, discusión que proseguirá hasta el final del octavo libro de su Política. De inicio atribuye a la música una cualidad recreativa, misma que, por cierto, resulta esencial para los distintos géneros populares de todos los tiempos. Nos encontramos aproximadamente a quince siglos antes del nacimiento de la música de concierto, hacia el 1600. Esta clase de música “más compleja”, no encuentra siempre su esencia en lo recreativo, aunque también cumpla con ello. A medida que evoluciona, intentará llevar al hombre moderno al cenit de la experiencia estética por medio de nuevos recursos técnicos y nuevas concepciones artísticas. En todo caso, dicho culmen equivale a lo que Aristóteles termina por considerar: que la música, fuera de las ataduras de lo utilitario, suscita el enaltecimiento del alma.
La cuestión sobre cómo clasificar la música, dada su versatilidad, perduró mil años más: se dudaba de si debía ser incluida en el Trivium, o en el Quadrivium, es decir, acompañando a la gramática, a la dialéctica y a la retórica, o bien, a la aritmética, a la geometría y a la astrología. Apenas hace cinco siglos, la tendencia a excluirla de los programas de estudio fue en aumento. Paradójicamente, hoy las neurociencias parecen reivindicar los que los antiguos sabían: que la música potencia cabalmente las habilidades del pensamiento, e incluso señalan a la música como medio propicio en tareas terapéuticas para individuos de todas las edades. En el siglo XXI es necesario retomar esta discusión, bajo la premisa de si la música debería formar parte de los planes de estudio de un modo más estructural y prolongado, y de si además debe acompañarnos a lo largo de otras etapas de la vida. Esto refuerza el planteamiento de si los recientes descubrimientos científicos acerca de los beneficios cognitivos que la música conlleva, deberán ser base de nuevas políticas públicas en materia de educación y de salud.
—De música se habla sin bemoles—