Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Astor Piazzola, padre del “Nuevo Tango”.
Al igual que Vivaldi, invocó musicalmente los aromas de cada una de las estaciones del año.
Antonio Vivaldi y Astor Piazzola nacieron un viernes de marzo. Uno, 243 años antes que el otro. El primero, un día cuatro del mes; el segundo, un día once, pero de 1921, es decir, hoy, hace cien años.
Ambos compositores retrataron con música las cuatro estaciones del año, uno desde el alto barroco de la Venecia del siglo XVIII, el otro, desde el bullicio de las calles del Buenos Aires de la segunda mitad del siglo XX. Los dos fueron hijos de padres músicos, tenían cuarenta y tantos años al componer sus respectivas obras dedicadas a los distintos rostros que la naturaleza muestra a lo largo del año. La entonces república de Venecia, La Serenissima, y la moderna capital de Buenos Aires, tienen en común puertos históricos, diversidad de paisajes naturales y urbanos, y senderos que desembocan en el misterio de las aguas, fuentes de irrevocable inspiración.
Vivaldi dio origen a sus Cuatro Estaciones como una tetralogía de Conciertos para violín, una de sus formas predilectas. Piazzolla concibió cada estación poco a poco, en un espacio de seis años, entre 1964 y 1970. Compuso primero el Verano Porteño, y al año siguiente el Otoño Porteño; más tarde la Primavera e Invierno Porteños. Antes de convertirse en una colección, eran interpretadas de forma autónoma. Posteriormente se constituyeron como un conjunto inseparable. La instrumentación original de la mayoría de ellas corresponde a la del quinteto “Tango Nuevo” fundado por Piazzolla hacia los años sesenta, es decir, bandoneón, violín, piano, guitarra eléctrica y contrabajo.
En 1998, el compositor Leonid Desyatnikov (Ucrania, 1955) llevó a cabo un arreglo en el que vinculó la música de Vivaldi con la de Piazzolla. Homologó la instrumentación de las Cuatro Estaciones Porteñas, transfiriéndola a orquesta de cuerdas con una parte solista para violín. Este arreglo fue comisionado por el violinista letón Gidon Kremer, y estrenado junto a su Kremerata Báltica. Mientras Desyatnikov cambiaba la instrumentación del quinteto tanguístico por un grupo de cuerdas, insertó pequeños extractos de la música de Vivaldi. En el Verano Porteño, introdujo motivos del Invierno vivaldiano como los del “severo soplo del horrible viento”, o el “crujir de dientes”, tan propios de la más gélida de las estaciones. De manera correspondiente, introdujo en el Invierno Porteño la música de los vientos impetuosos del Verano veneciano. La razón por la que Desyatnikov confeccionó su arreglo de este modo, alude a la manera en que los hemisferios del planeta “alternan”; mientras en el hemisferio norte es verano, en el hemisferio sur es invierno, y viceversa.
Más tarde, el maestro César Olguín (Argentina, 1954), director de la Orquesta Mexicana de Tango y radicado en la Ciudad de México, elaboraría un arreglo diferente, donde la parte solista fue distribuida entre dos violines, una viola y un chelo, como resultado de una comisión hecha por la Modesto Symphony al Cuarteto Latinoamericano. En esta versión, a diferencia de la de Desyatnikov, el autor inserta música de Vivaldi en la de Piazzolla sólo entre estaciones del mismo nombre: el Verano de Vivaldi da comienzo al Verano porteño, y el Invierno veneciano introduce el Invierno porteño. El estreno tuvo lugar el 11 de enero de 2008, en Gallo Center for the Arts, en Modesto, California, bajo la batuta de Edward Polochick. Nueve años más tarde, el mismo cuarteto grabó esta adaptación en Boston, bajo la dirección de Lina Gonzalez-Granados y el Unitas Ensamble. Dicha grabación es accesible en plataformas digitales. Conocí el arreglo del maestro César Olguín en 2014, al dirigirlo en el Centro de Convenciones de la ciudad de Morelia, al frente de la Orquesta Sinfónica de Michoacán, y, justamente, con el Cuarteto Latinoamericano como solistas.
Astor Piazzolla dijo “La música es el arte más directo. Entra por el oído y va directo al corazón.” También es conocido su deseo: “que mi obra se escuche en el 2020, y en el 3000 también.” La noche de ayer, justo en el centenario de su natalicio, tuve el honor de estrenar en Culiacán la propuesta de las Estaciones Porteñas del maestro Olguín, con la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes y el Marketo String Quartet, y de celebrar por partida doble, a la mujer, su lucha histórica y sus méritos, con tres violinistas virtuosas, alternando la parte solista en las Cuatro Estaciones de Vivaldi, obra que abrió el concierto.
Este concierto representó parte de una transición en la que diversos teatros del mundo reciben por primera vez en más de un año, público con un aforo limitado.
Piazzolla y su obra constituyen un caso peculiar en la historia de la música. Se trata de un melodista prolífico, que sitúa con toda conciencia una obra que colinda entre un ecléctico folklor urbano y una tradición europeizante, materializada por el ímpetu implacable, propio del renovador. Nadia Boulanger, la reconocida pedagoga francesa, le había aconsejado al joven Astor, durante su formación en París, no alejarse del espíritu de la gran música popular que le era inherente, donde sus aportaciones alcanzarían, sin duda, una dimensión por demás trascendente.
—De música se habla sin bemoles—